… Sólo de pensar que no voy a tener que ir a ningún Banco, a hacer ninguna declaración a Hacienda, ni saber el dinero que gano ni el que pierdo ni el que debo, sólo de pensar que ya no me hará falta andarme escondiendo de las pantallas de la Televisión del mundo, que nunca más oiré el clamor del Domingo de que los hombres han metido un gol, sólo de imaginar que no voy a tener ni Jefe ni Policía ni Señora que me registren y me reclamen mis débitos conyugales, que no voy a tener que ver más tierras y ciudades machacadas por la necesidad de mover el Capital, ni prójimos chequeándose en previsión de cáncer y obedeciendo a la venta al por mayor de preservativos, sólo de pensar que no voy a ver más ni la miseria de los arrabales del Bienestar tendiéndome la mano mugrienta de monedas ni la de los Ejecutivos de Dios vendiéndome a la desesperada paquetes de felicidad futura, montañas de basura, de imaginar que no va a oler a gasolina ni a juzgados ni a alquitrán ni a cátedras emitiendo información de la Realidad para fomentar la idiocia general y algunos SIDAS o esquizofrenias de propina, sólo con pensar en las cosas de que voy a carecer (tantas, que voy a tener que irle diciéndoles adiós a cada una en números sucesivos), sólo con eso me entra un cosquilleo de alegría que me hace sentir mi próxima desaparición como un respiro inmenso. Lástima que, para tantos gozos, haya que pagar con la desaparición de uno. ¿Es un precio escesivo? ¡Quién echará esa cuenta! Pero, aunque no esté yo para gozarlo, ¡qué gozo -¿verdad?- el gozo de la desaparición de todas esas cosas! ¡Adiós mundo! Ahí te quedas; con Dios, como corresponde.
Texto extraído de: 37 adioses al mundo. ¿Agustín García Calvo? Editorial Lucina, 2000.